Una cosa es lo que vivimos y otra, a veces muy distinta, es lo que
pueden contar sobre lo que hemos vivido. Imaginad que, no ya vosotros mismos,
sino otras personas, explican algo sobre vuestra vida de aquí a cuarenta o cien
años, a partir de lo que recuerdan que vieron, o lo que les contaron, sobre
vosotros. Algo así sucede en el Nuevo
Testamento. El testimonio más reciente es el de Marcos, escrito entre 30 y
40 años después de la muerte de Jesús.
No voy a plantear un debate entre fe e historia. No soy creyente. Solo
un lector. Así que tan solo me expresaré a partir del análisis de textos
históricos, jurídicos y de los Evangelios. Y de las enseñanzas de mi profesor
Josep Montserrat Torrents.
Para empezar, es muy posible que Jesús no naciera cuando lo
celebramos, en Navidad (‘natividad’), sino que las primeras comunidades
cristianas lo hicieran coincidir con el solsticio de invierno, por el
simbolismo que tiene el hecho de que el día comience a ser más largo: “Ego sum
lux mundi”. La figura de Jesús
para el cristianismo actual guarda ciertos paralelismos con el culto al dios
egipcio Ra. Y en Egipto (bajo influencia helena) se extendió uno de los
primeros focos de seguidores cristianos. De hecho, las fuentes conservadas del Nuevo Testamento están escritas en griego y no en
arameo, la lengua de Jesús.
Por otra parte, hay que tener en cuenta que ni los romanos ni los
judíos crucificaban a los ladrones. Estos últimos les cortaban una mano y los
primeros los torturaban y los encarcelaban. Los judíos no aplicaban la
crucifixión como pena capital, sino la lapidación, como demuestra el propio Nuevo Testamento en el ejemplo de la
mujer adúltera.
En el derecho romano, la crucifixión se empleaba como pena capital en
distintos casos: robo agravado con muerte o peligro de muerte (piratería,
asalto en descampado…), asesinato por envenenamiento, brujería, y la laesa maiestas, es decir, el desacato o la rebelión frente al Imperio
Romano. Creo que cualquier mente sensata descartaría los tres primeros casos
para Jesús de Nazaret.
A Jesús, en la señalada fecha judía de la Pascua, lo reciben en
Jerusalén con palmas y bajo el cántico ¡Osana! Es el recibimiento propio de un
rey, del heredero mesiánico (anunciado en el Antiguo Testamento) del trono de David. Cuando Jesús anuncia el
reino de Dios, como buen judío, lo que defiende es un estado independiente de
Roma, que se rija por la Torá, la ley judía. Es lo mismo que anunciaba Juan el
Bautista en sus visiones apocalípticas: el reino de Dios, donde la política y
la religión serían una misma cosa, acabaría con su mundo (en el que estaban
sometidos a Roma, como antes habían estado sometidos a Babilonia y a Egipto,
los mayores imperios de la antigüedad). Y eso solo sería posible si el pueblo
judío recuperaba su tierra prometida por el mismo Dios, si regresaba la época gloriosa
de los reinos de David y Salomón, a manos de su descendiente, su ”hijo”. Los
pasos de Jesucristo en el NT parecen seguir las predicciones de la parte
profética del Antiguo Testamento, sobre todo en Ezequiel e Isaías. La
inscripción que se puso sobre la cruz (INRI) rezaba: Jesús Nazareno, Rey de los
Judíos.
Los nazarenos eran una secta cuyos miembros juraban no cortarse el pelo
hasta lograr la expulsión de los romanos de su tierra. Los sicarios, otra secta más agresiva a la
que pudo pertenecer Judas Iscariote, o incluso Barrabás, preferían métodos más
radicales. Judas ha pasado a la historia como adalid de la traición. Pero si
Jesús fue consciente de la necesidad de sacrificarse, o incluso de su carácter
divino, ¿no tendría sentido que le pidiera a su hombre de más confianza que
cumpliera con lo que estaba escrito? Incluso si ello supusiera su condenación
eterna a ojos de la humanidad, Judas debía estar seguro de que Yahvé conocía
los entresijos del asunto. Puesto que para un judío (cristiano o no), el
suicidio era un atentado contra el mismo Dios (artífice de la vida), ¿no pudo
ser esa la primera y la mayor muestra de amor por Jesús, al no poder resistir la
pérdida de este?
Otro capítulo aparte merece la situación de María Magdalena.
Presentada como una simple pecadora que, desde su encuentro, sigue a Jesús más
allá de la muerte (es la primera que presencia y explica la reencarnación de
Cristo), la interpretación que un papa del siglo VI le quiso dar al personaje
la convirtió en una prostituta. Es cierto que en el siglo I, solo una
prostituta o una esposa judía andaría por descampados y desiertos en compañía
de un hombre. Pero algunas teorías actuales defienden que la Magdalena pudo ser
la mujer de Jesús. Es posible incluso que ejerciera una misión fundamental en los
inicios del cristianismo. Y la vida de un judío ordinario, concretamente la de
un rabino del siglo primero, explican que un hombre de treinta años estaba, por
norma, casado (la esperanza de vida no excedía en mucho de los cuarenta…)
Que Jesús fuera un sedicioso es propio de un ‘buen judío’ de buena
familia en el siglo primero. También que fuera un profeta y que defendiera
nuevas tesis dentro del judaísmo, pues era muy frecuente. Los cuatro evangelios
canónicos, en el apresamiento de Jesús, hacen referencia a que sus acompañantes
(al menos algunos) iban armados con espadas. La espada era un arma de guerra,
no de defensa personal como serían la daga o el puñal, sino pensada para el
combate, como hoy sería una ametralladora. ¿Y qué hacía un grupo de gente
armada, en plena Pascua judía, a las puertas de la antigua capital del reino de
Israel? ¿La entrega de Jesús no fue, en realidad, un pacto a cambio de salvar a
los hombres y mujeres que lo acompañaban, a su ejército? ¿Fue alguien que vino
a sacrificarse por toda la humanidad, o alguien que, en un momento dado y por
unas creencias y fines concretos, ofreció su vida a cambio de las de los suyos?
Y los dos presuntos ladrones que junto a él fueron crucificados, ¿no murieron
por la misma causa? ¿Fueron sus motivos muy distintos a los de Judas de
Galilea, Juan de Giscara o Simón bar Giora?
PAP