No fui grunge. No fui indie, ni alternativo. No fui antisistema. No soy hypster. Soy Pablo. Pablo Antón.
Nunca
pertenecí a una tribu urbana cuando se llevaba, llevé el pelo largo cuando
primaban los pelaos, me dediqué a la literatura en la era de la especulación. Y
no perteneceré a ningún partido político que me acepte como afiliado.
Pero soñar,
como escribir, es gratis, al menos desde este rincón.
Si este país
cambiara, no detendrían por sospechosos a los que llevan rastas o el pelo
largo, sino a los que van con traje y corbata. (Algunos llevan maletín; otros
se ocultan tras polos de marca). En mi país, los que han robado mucho dinero,
pasarían mucho tiempo en la cárcel; los que robaron poco, podrían rehabilitarse
con rapidez. En ese país la creación artística (el cine, los libros, la danza,
el teatro, los conciertos) no serían un producto de lujo, sino un bien social
exento de impuestos. Los individuos podrían decidir su futuro (y más su
presente) sin la tutela estatal. Allí
devolvería cada uno su deuda: las personas las que hubieren contraído,
las empresas las suyas… Pero los bancos, los clubes de fútbol y los partidos
políticos aguantarían sus respectivas velas, aunque sin darnos el palo.
Y los sueños
van más allá. Imaginad un presidente del gobierno que supiera hablar inglés.
cuya carta de presentación no fuera una corbata sino la justicia social y cuyo
objetivo primordial fuese el capital, pero el capital humano. Imaginad unos
servicios públicos de calidad.
Imaginad incluso que pagar impuestos sirviera para eso.
Y ahora
despertad. Vivimos en España. Eso sí, ahora que queremos quitarnos de encima a
estos Ginesillos de Pasamonte que nos han ido gobernando, escriban o no sus
memorias con sus propios pulgares, lo que seguro no necesitamos son más
Quijotes, como decía el otro día cierto presidenciable. Tampoco idólatras de
dictadorzuelos de medio pelo. “La casta” como concepto económico resulta
interesante: pero ni todos los trabajadores son tan buenos, ni todos los
empresarios han sido poseídos por el demonio. En cualquier caso, lo que nos
harían falta son más Cervantes y más lectores capaces de leer (y entender) el Quijote.
PAP
“has de poner los ojos en quien eres, procurando
conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse.
Del conocerte saldrá el no hincharte como la rana que quiso igualarse con el
buey”
(Don Quijote de la Mancha, II,
XLII)
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