En todas las lenguas del mundo, la poesía nació de la
canción. Con el paso del tiempo, algunas culturas desarrollaron uno u otro
método de escritura. Con ello comenzó la Historia y abandonamos la Prehistoria.
Pero la poesía ya existía, desde el principio… Y algunos que sabían escribir
comenzaron a apuntarse las letras de sus canciones preferidas. Así nació este
género literario. Y la Poesía, oral o escrita, sobrevivió siempre en todo el
mundo, en todas las lenguas del mundo.
En una exposición oral que hice, como alumno de Filología,
en Literatura comparada, defendí, como Celaya, que “la poesía es un arma cargada
de futuro”, y añadí que las armas actuales de la poesía no estaban en los premios
literarios endogámicos ni en volúmenes leídos, casi únicamente, por cuatro
amiguetes poetas. Si eso es poesía (y habría que preguntárselo a Bécquer, a
Lorca o a José Ángel Valente, o a José Agustín Goytisolo), la
poesía está muerta.
La mayoría de los mejores poetas de mi época, decía yo
entonces y sigo manteniéndolo ahora, llevan una guitarra colgada del cuello, o
usan samples, loops y scratches, o
trabajan frente a computadoras o un piano. Y cantan. Ya nos dijo Machado que la
poesía es “palabra en el tiempo”. Y estos son los versos y esta es la memoria colectiva y este
es el pensamiento de nuestro tiempo: Estas son las palabras eternas de mi
tribu.
El tiempo es cambio. Lo dijo Heráclito y nos lo escribió Bob
Dylan. Sin citarla, ya sabéis a qué canción me refiero.
Cuando millones de personas memorizan los versos que un ser
humano ha escrito, cuando las cantan porque esas palabras explican su
pensamiento, su vida, sus experiencias y emociones, la poesía está viva. Y regresa
a sus orígenes. Y recobra su esencia, su perfume y su sentido ancestrales.
Trovadores y juglares: Cantad, cantad, malditos. Porque, después
de a mi madre, es a vosotros a
quienes debo la vida.
PAP
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