sábado, 30 de julio de 2016

Celular



Soy del siglo XX.  No me disculpéis. No quiero saber nada de las apps. Ni tengo ni tendré Holaquehase (yo nada, aquí ando enganchado al móvil. Emoticono. Emoticono. ¿Y tú? Pos lo mismo. Emoticono…), etc. (No recuerdo que cetera significara ‘nada’; habrá que buscar otra abreviatura; aunque, ahora que lo pienso, igual el concepto relacionado con la aplicación real de esa popular aplicación ya estaba inventado; creo que lo denominan cero absoluto). Ojalá hubieran tenido a mi gran profesor de matemáticas Antonio Lacasta, que nos advertía: “No habléis a no ser que lo que tengáis que decir sea más bello que el silencio.
No soy nadie para juzgar las adicciones de nadie. Yo ya tengo bastante con las mías. Entre otras, ya tengo mis entradas para Asaf Avidan, SOJA y Pixies… Y del resto, mejor no hablar... Pero hablábamos de los teléfonos móviles, los celulares.
Esos duendecillos, que han esclavizado a la humanidad del primer y segundo mundos, y andan penetrando en el tercero quizás con más utilidad, pienso que nos traen más problemas de los que solucionan. No obstante, hace veinte años que tengo uno. Le cogí aversión cuando me era imprescindible para el trabajo: sonaba a todas horas. De hecho, fue el motivo por el que lo tuve por primera vez. Me lo regalaron mis padres para mi cumpleaños (mis familiares se habían convertido en mis recaderos telefónicos, y no se lo merecían). Mi padre me dijo: “Pero que sepas que yo no pienso llamarte nunca a eso”. Por suerte, ahora lo hace con frecuencia.
Pero a todo esto, en pleno siglo veintiuno, soy un hombre libre (del siglo XX). Cuando estoy trabajando, tengo el móvil apagado (me estoy haciendo profesor). También suele ser así cuando duermo (de noche o la siesta) y cuando como. No cojo el móvil cuando conduzco. Me lo dejo en casa si voy a comprar o voy a bajar la basura. No me interesa el 99.99% de lo que se pueda publicar en Whatsapp, ni de lo que se publicaba en Facebook (creo que esto último ya va caducando, aunque tiene sustitutos peores como el Periscope).
Mientras anda enganchado a un aparatito, al personal le ha dado por decir cosas tales como ‘quiero ser feliz’. Pero para muchos no puede haber felicidad sin cobertura o sin wi-fi: tranquilidad y felicidad se ve que ya no son sinónimas... Observo a las parejas paseando, o cenando, mientras hacen caso omiso del otro, atentos al móvil. Veo con preocupación la importancia y el uso desmesurados que le dan los adolescentes y cada vez más adultos.
Yo, en cambio, solo quiero vivir mi vida con cierta intensidad, sin molestar a los demás (tanto mientras trabajo como cuando me dedico a “mis labores”), y compartir mi intimidad con quien yo decido. Sé que escribo (y a veces publico) a horas intempestivas. Aunque suele costarme semanas o meses pergeñar unas líneas que me convenzan, cuando os castigo por aquí lo hago solo porque queréis, y cuando podéis. Pero ni yo ni mi vida somos tan memorables como para que tengamos que publicarlas a los cuatro vientos, 24 horas non-stop. No creo interrumpir la vida ni el sueño de nadie. Y sigo teniendo una importante necesidad de una palabra en desuso en estos tiempos virtuales: intimidad.
Y así voy siendo, “aunque no esté de moda en estos días”, como cantaba Silvio. Pero estamos en verano. Haced el favor: apagad esto y buscad una sombra y un buen libro. Yo voy a hacerme una selfie y a cazar unos Pokemons.

PAP

No hay comentarios:

Publicar un comentario