Soy del
siglo XX. No me disculpéis. No
quiero saber nada de las apps. Ni
tengo ni tendré Holaquehase (yo nada,
aquí ando enganchado al móvil. Emoticono. Emoticono. ¿Y tú? Pos lo mismo.
Emoticono…), etc. (No recuerdo que cetera
significara ‘nada’; habrá que buscar otra abreviatura; aunque, ahora que lo
pienso, igual el concepto relacionado con la aplicación real de esa popular aplicación ya estaba inventado; creo que
lo denominan cero absoluto). Ojalá hubieran tenido a mi gran profesor de matemáticas
Antonio Lacasta, que nos advertía: “No habléis a no ser que lo que tengáis que
decir sea más bello que el silencio.
No soy nadie
para juzgar las adicciones de nadie. Yo ya tengo bastante con las mías. Entre
otras, ya tengo mis entradas para Asaf Avidan, SOJA y Pixies… Y del resto,
mejor no hablar... Pero hablábamos de los teléfonos móviles, los celulares.
Esos
duendecillos, que han esclavizado a la humanidad del primer y segundo mundos, y
andan penetrando en el tercero quizás con más utilidad, pienso que nos traen
más problemas de los que solucionan. No obstante, hace veinte años que tengo
uno. Le cogí aversión cuando me era imprescindible para el trabajo: sonaba a
todas horas. De hecho, fue el motivo por el que lo tuve por primera vez. Me lo
regalaron mis padres para mi cumpleaños (mis familiares se habían convertido en
mis recaderos telefónicos, y no se lo merecían). Mi padre me dijo: “Pero que
sepas que yo no pienso llamarte nunca a eso”. Por suerte, ahora lo hace con
frecuencia.
Pero a todo
esto, en pleno siglo veintiuno, soy un hombre libre (del siglo XX). Cuando
estoy trabajando, tengo el móvil apagado (me estoy haciendo profesor). También
suele ser así cuando duermo (de noche o la siesta) y cuando como. No cojo el
móvil cuando conduzco. Me lo dejo en casa si voy a comprar o voy a bajar la
basura. No me interesa el 99.99% de lo que se pueda publicar en Whatsapp, ni de lo que se publicaba en Facebook (creo que esto último ya va
caducando, aunque tiene sustitutos peores como el Periscope).
Mientras
anda enganchado a un aparatito, al personal le ha dado por decir cosas tales
como ‘quiero ser feliz’. Pero para muchos no puede haber felicidad sin cobertura
o sin wi-fi: tranquilidad y felicidad
se ve que ya no son sinónimas... Observo a las parejas paseando, o cenando,
mientras hacen caso omiso del otro, atentos al móvil. Veo con preocupación la
importancia y el uso desmesurados que le dan los adolescentes y cada vez más
adultos.
Yo, en
cambio, solo quiero vivir mi vida con cierta intensidad, sin molestar a los
demás (tanto mientras trabajo como cuando me dedico a “mis labores”), y
compartir mi intimidad con quien yo decido. Sé que escribo (y a veces publico)
a horas intempestivas. Aunque suele costarme semanas o meses pergeñar unas
líneas que me convenzan, cuando os castigo por aquí lo hago solo porque
queréis, y cuando podéis. Pero ni yo ni mi vida somos tan memorables como para
que tengamos que publicarlas a los cuatro vientos, 24 horas non-stop. No creo interrumpir la vida ni
el sueño de nadie. Y sigo teniendo una importante necesidad de una palabra en
desuso en estos tiempos virtuales: intimidad.
Y así voy
siendo, “aunque no esté de moda en estos días”, como cantaba Silvio. Pero
estamos en verano. Haced el favor: apagad esto y buscad una sombra y un buen
libro. Yo voy a hacerme una selfie y
a cazar unos Pokemons.
PAP
No hay comentarios:
Publicar un comentario