Tras pasar la velada viendo películas, Ian Curtis se colgó
en la cocina de su casa. Entre otras, parece ser que revisionó la poco
optimista Stroszek, de Herzog. Y escogió a Iggy Pop como banda sonora de
su muerte pendular. Aquel trágico 18 de mayo de 1980, algo de la poesía
desapareció de la música.
Joy Division fue por este motivo uno de los grupos más
efímeros de la historia. A pesar de la larguísima carrera que ha tenido el
resto de sus miembros como New Order, que en los próximos días nos visitarán de
nuevo, nunca fueron (ya no podían ni debían serlo) los mismos, ya no sonaban
igual, no podían cantar lo que cantaban. Seguramente, tampoco consumían ya lo
mismo...
Con Joy Division, estos muchachos del área de Manchester nos
descubrieron en sus canciones una suerte de verdad revelada, o intuida, en
total consonancia con el susurro místico de su letrista y cantante, Ian Curtis,
que, además, acompañaba su interpretación vocal con una peculiar forma de
bailar, próxima a veces a la epilepsia que padecía.
Joy Division, “División de la alegría”, era el nombre que
recibía un grupo de mujeres judías que fueron forzadas a prostituirse entre los
soldados alemanes durante la 2ª Guerra Mundial. Su nombre y su estética eran,
pues, pura provocación, como lo han sido siempre las vanguardias. Su música
sonaba nueva, y empezó a incorporar los sintetizadores al punk-rock. Sus letras
eran como un pellizco en el cerebro.
Numerosas son las bandas que reconocen la huella de Joy
Division... Apuntemos The Smiths, The Cure, U2, The Killers o Los Planetas, que
en su primer álbum describieron el suicidio de Curtis en “Desorden”. La
película hagiográfica Control, de 2007, dirigida por Anton Corbijn,
retrata con fidelidad y lealtad una parte de lo que fue el líder del grupo.
Influido por William Burroughs y la generación beat, Ian
Curtis quiso ser poeta. Ahora debemos recordar que, además de Rimbaud, existió
con otro gran poeta niño, otro ser especial que se aisló voluntariamente, que nos regaló unos demasiado breves versos eternos.
PAP