Si me encontrara con Li Lykke Timotej Zachrisson y cruzara tres palabras con ella (dos condicionantes altamente improbables), quizás lograría pronunciar el manido “Poesía eres tú”. Quizás... Por eso lo escribo. Porque ni siquiera sabría si llamarla Li a secas, o Lykke, o cualquiera de las combinaciones de ambos. No soy versado en asuntos suecos, la verdad.
Esta refinada artista escandinava repartió su niñez entre varios continentes y, tras un par de años en Nueva York durante el punto de inflexión hacia la veintena, regresó a su tierra natal para grabar su primer disco, Youth Novels.
Lykke Li no solo canta las canciones que compone; danza sinuosa e interpreta lo que declama. Es adalid de un nuevo concepto de artista total, inclasificable bajo las restringidas etiquetas de los géneros musicales. Es la luz entre las tinieblas del norte. Sus videoclips son per se obras de arte, breves films de significado casi místico, cuando no reflejos de una peculiar mitología personal del fracaso. Y tan solo tiene dos álbumes en su haber. De modo que tengo la sensación de que lo mejor está aún por llegar.
De momento, podemos encontrar temas ligeros, intrascendentes, como "Dance, Dance, Dance" o ritmos estimulantes ("Get Some"), junto a sintonías delicadas ("Little Bit", la canción que me dejó prendado). Pero podríamos quedarnos con una visión sesgada, pues en su música y letras predomina un cierto tono melancólico, un elogio del dolor, como en "Wounded Rhymes" o "Let it Fall", que parecen recuperar aquel concepto barroco en el que las heridas, como la vida, “sus cuerpos dejarán, no su cuidado, / serán ceniza, pero tendrá sentido, / polvo serán, mas polvo enamorado".
PAP
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