La democracia está en la UVI. Vivimos bajo el imperio del capital mórbido que busca hipérboles imposibles de crecimiento. La validez y el poder de los procesos electorales quedan al margen cuando los representantes políticos carecen de libertad de decisión, pues nadie ha elegido a quienes verdaderamente marcan nuestros designios: agencias de calificación, grandes bancos y entidades financieras cuya ética y honestidad no pueden quedar en entredicho, porque no tienen.
De modo que en lugar de dirigentes políticos tenemos peleles, simples marionetas que reproducen un discurso neoliberal, casposo y decimonónico, justo el tipo de economía que nos ha llevado a la situación actual, y que muchos creen (o pretenden hacernos creer) que es la única economía posible. Lamentablemente, cada vez se extiende más y arraiga la idea de que no se puede hacer otra cosa, de que todos lo hemos hecho muy mal y ahora lo tenemos que pagar. Aunque no todos lo pagamos por igual. (Algún día habrá que analizar la responsabilidad de los medios de información)
A todo esto, muchos seguimos pensando que los principales causantes de esta crisis de la economía virtual serán también sus principales beneficiarios. La catastrófica situación de la economía global terminará antes o después (seguramente después, o incluso más tarde) y, entonces, unos pocos serán inmensamente ricos y la mayoría mucho más pobres.
Todos los recortes que se están produciendo de forma generalizada han demostrado su nula efectividad, pues la situación económica empeora. Porque cada vez trabajamos menos gente, cada vez trabajamos más, cada vez cobramos menos. Una extraña proporcionalidad inversa, que está liquidando del todo las ya afectadas economías nacionales, locales y domésticas. Y los precios y los impuestos suben. Si cobramos menos (o nada), consumimos menos; si consumimos menos, se produce menos, lo cual lleva a que se contrate a menos personal o las empresas cierren. Y volvemos al comienzo del círculo vicioso. Y es entonces cuando a uno le surge una pregunta: si yo gano menos y pago más... ¿quién se lleva mi dinero? No la respondo, por obvia.
El dinero no aparece y desaparece, como por arte de magia, sino que, como el agua del planeta, se transforma, cambia de lugar (a menudo de país o paraíso).
Por otra parte, incluso empieza a extenderse la idea de que los que trabajamos deberíamos de estar agradecidos: no sé a quién agradecérselo, aunque me suena a discurso caciquil. Yo pensaba que debía mi trabajo a mi formación y esfuerzo individual...
En definitiva, ¿cuál es la solución? Ninguna. Cuando la crisis termine, seremos más pobres y más insolidarios, tendremos menos derechos, menos vida, menos fe. Bueno, no todos, solo la mayoría. Este sistema no tiene arreglo: es así cíclicamente; cada vez que el monstruo parece que está en fase terminal, renace como ave Fénix y regresa multiplicado en sus dimensiones, tras haber devorado millones personas, decenas de países y lo más triste, un trocito más de nuestro planeta azul. Los criterios ecológicos en la situación actual no han pasado a un segundo o tercer plano: se han salido del plano.
Ahora, y no luego, es cuando hay que levantarse a luchar por los derechos y las libertades que nos van cercenando, por los valores éticos que llevamos construyendo durante miles de años y por una Naturaleza que ya está más ahogada que nuestras cuentas corrientes. Porque de una cosa estoy seguro: cuando este planeta ya no sea un lugar habitable, no habrá economía. Ni siquiera neoliberal.
PAP
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