martes, 10 de julio de 2018

De blandengues


El hombre blandengue lee libros, en lugar del As o el ABC. El hombre blandengue lee, sobre todo, poesía.
El hombre blandengue llora. Llora en los conciertos (en algunos y en algún momento, no todo el rato), llora con Big Fish y con La vida es bella (cada vez), llora cuando echa de menos a sus sobrinos, o a sus familiares fallecidos.
El hombre blandengue no juega a fútbol, sino a cosas como el voleibol. (Podría haber sido hasta bailarín, si se le hubiera dado tan bien como a sus hermanas).
El hombre blandengue prefiere la cerveza a los cubatas. El cine mudo al sonoro. El sashimi al churrasco.
Al hombre blandengue le gustan más las personas que el dinero. Le gustan los coches y la velocidad, pero no corre. Y le gustan sus plantitas. El hombre blandengue ve en la tele lo que nadie más ha visto al día siguiente.
El hombre blandengue se fija en una flor mientras el resto anda inmerso en la pantalla de un giliphone. Pero el hombre blandengue no se atreve ni a oler una dalia, aunque la tenga metida en cada pensamiento: porque el hombre blandengue sueña poco y despierto, pero no osa soñar ni cuando logra dormir.
El hombre blandengue es una especie, por suerte, en extinción. Una clase de macho omega de la manada. El hombre blandengue se caga en ‘La manada’.
El hombre blandengue escribe cuando detesta leerse a sí mismo. El hombre blandengue apenas se mira al espejo: prefiere verse en el espejo de los demás.
El hombre blandengue suele echarlo todo a perder, cuando lo tiene todo ganado.

PAP


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