sábado, 15 de diciembre de 2018

“Nos engañaron bye bye bom”


Fuera lo que fuera el Primavera Sound ha terminado con el cartel de 2019.
Para regodearse en ello, ante el cabreo probablemente bastante generalizado (me abstengo de tener redes asociales) entre los fieles al festival, una tal Marta Pallarés, responsable de comunicación del mismo, decía que “en nuestro caso es una decisión sin vuelta atrás. Hablamos de paridad real, no pensamos volver a un campo de nabos” (fuente: El Periódico de Cataluña, 14 de diciembre de 2018).
Yo no creo que la cosa vaya de porcentajes de hombres y mujeres que metes en un cartel. Un festival de música trata de qué nombres metes, de qué mujeres y qué hombres (como Nas) seleccionas para tu cartel. Y hay mucho, muchísimo, donde escoger. Esconderse bajo el manto de la paridad para travestir el Primavera Sound es, por tanto, absolutamente falaz.
Jamás vi el Primavera Sound como un cultivo agrícola.
Jamás había aludido a, ni siquiera pensado en, mi pene como nabo.
Jamás me llevó al Primavera Sound ninguna clase de fruta ni hortaliza. Siempre fui por mi cerebro. Quizás, solo quizás, si las martas pallareses hubieran mirado un poco más arriba, si fueran más altas de miras y profundas en el pensamiento, se habrían percatado de que el PS era, en todo caso, un plantel de mentes, de almas, con una determinada sintonía en gustos musicales, que disfrutaba de cantar con Radiohead o los Pixies o The Black Keys (y sí, nos habría encantado ver este año a Sonic Youth, o a Pearl Jam, o a New Order), que nunca sentiremos lo mismo con el último hit (tan feministas, por lo común…) de reggaeton.
Otras sintonías tenían otros festivales. La nuestra, hasta ahora, estaba allí, en un territorio musical bastante amplio, pero muy concreto.
Está claro que el cambiar de música, como ellos desean y reconocen, les llevará a cambiar de público. Atraerán, supongo, a un montón de ninis y de ilustrados graduados en ESO. Podrán incluso cambiarle en nombre al festival por Postureo Sound, y los distintos escenarios se reconocerán por un código de emojis. Y ese cambio, como cualquier otro, será absolutamente legítimo. Por cuestión de tendencias, quizás algún día terminen como el Butifarra Sound. Y también será legítimo. Y yo no iré. Seguirán llenando Mordor, que pasará a llamarse Disneyggetonland o Trapor, pero no conmigo.
Siempre estaré agradecido a la organización del Primavera Sound por lo que me ha aportado en todos los sentidos durante todos estos últimos años. Por ello les deseo que les vaya bonito en esta nueva singladura.
Pero, por suerte, hoy en día hay muchos festivales de música que pueden seguir alimentando mi magín, donde podré invertir mejor mi dinero y mi tiempo.
Bienvenidos al exilio (este, sí, forzado). Nos vemos por allí.

PAP


viernes, 3 de agosto de 2018

Voces


Oigo voces.
Hay una voz que canta conmigo en los conciertos. Y  también en el coche.
Hay una voz que me susurra cosas amables.
Hay una voz que dice ‘uau’ desde el comedor cuando comienza a sonar el siguiente temazo de alguna Playlist preparada a (¿mala?) conciencia.
Hay una voz que persiste en el cerebro cuando no está la voz y solo cuento hasta uno.
Hay una voz en los sueños. Hay una voz cuando estoy despierto.
Hay una voz que me cuenta cosas. Hay una voz que me escucha. Y una voz que me lee. Una voz que me escribe.
Hay una voz al teléfono.
Oigo muchas voces. Pero todas las voces son la misma.

PAP


martes, 10 de julio de 2018

De blandengues


El hombre blandengue lee libros, en lugar del As o el ABC. El hombre blandengue lee, sobre todo, poesía.
El hombre blandengue llora. Llora en los conciertos (en algunos y en algún momento, no todo el rato), llora con Big Fish y con La vida es bella (cada vez), llora cuando echa de menos a sus sobrinos, o a sus familiares fallecidos.
El hombre blandengue no juega a fútbol, sino a cosas como el voleibol. (Podría haber sido hasta bailarín, si se le hubiera dado tan bien como a sus hermanas).
El hombre blandengue prefiere la cerveza a los cubatas. El cine mudo al sonoro. El sashimi al churrasco.
Al hombre blandengue le gustan más las personas que el dinero. Le gustan los coches y la velocidad, pero no corre. Y le gustan sus plantitas. El hombre blandengue ve en la tele lo que nadie más ha visto al día siguiente.
El hombre blandengue se fija en una flor mientras el resto anda inmerso en la pantalla de un giliphone. Pero el hombre blandengue no se atreve ni a oler una dalia, aunque la tenga metida en cada pensamiento: porque el hombre blandengue sueña poco y despierto, pero no osa soñar ni cuando logra dormir.
El hombre blandengue es una especie, por suerte, en extinción. Una clase de macho omega de la manada. El hombre blandengue se caga en ‘La manada’.
El hombre blandengue escribe cuando detesta leerse a sí mismo. El hombre blandengue apenas se mira al espejo: prefiere verse en el espejo de los demás.
El hombre blandengue suele echarlo todo a perder, cuando lo tiene todo ganado.

PAP


martes, 19 de junio de 2018

Contraseñas


Las cosas, al dejar de usarlas, se le olvida a uno cómo funcionaban.
Y la vida se nos está codificando: dime cuántas contraseñas manejas y te diré de qué padeces.
Desearía acariciar más a menudo las páginas de un libro, pero paso más horas con un bolígrafo (rojo) en la mano o aporreando teclas frente a un ordenador. Últimamente me siento bastante algoritmado y teraconfuso, y con la vista cansada de cualquier índole de pantalla.
¿Y cómo se entraba aquí? Seguro que anda por la nube… Ya bajará…
¡Ah! ¿Y quién era yo? (Hoy en día se dice: ¿cuál era mi nombre de usuario?)
Pero la contraseña no regresa. Y es que hay tantas contraseñas, tantos lugares en los que uno debe entrar. Y leo en la prensa (digital) que casi todos ponemos las contraseñas más predecibles. Pero, claro, es que si no son predecibles se vuelven absolutamente olvidables.
Me cuesta consentir que me conviertan en un ente alfanumérico; no obstante, nunca voy a permitir que me obliguen a ser binario. Y aún así, me sentiré protegido siempre que no se me aparezcan un día en casa el negro del guasa’p (porque no le conozco) o la censura prediluviana de pechos propia del librodejetas o instanuncios. Estas contraseñas, por cierto, me las ahorro.
Sin embargo, ¿y las contraseñas de aquello especial y único de la vida? Esas no se pueden recuperar ni pinchando para que te envíen un e-mail, habitualmente a un viejo usuario cuya contraseña no recuerdas.

PAP

PB (PostBocadillo): “Bobo, cariño, tu contraseña era bobo. Y deja de mirar el televisor, que lleva tres horas apagado, desde que acabó el partido” (Forges)

martes, 24 de abril de 2018

De palabra


En el mundo donde un emoji (versión digital del ‘Toi” de los ochenta) vale más que un abrazo, donde lo visual (casi siempre aparente) prima sobre la idea, cuando lo más democrático (estadísticamente hablando) resulta la ignorancia más extendida (y propagada) y donde la incomprensión e intransigencia absolutas reinan en el pensamiento de la masa… (En el mundo donde se perdieron, por desuso, las palabras solidaridad, empatía, ética). En la era de la deshumanización, que ya avanzaban Ortega, Lorca o Fritz Lang, entre otros… Vuelve a triunfar la palabra.
En un programa de televisión de mucha audiencia, al personal le ha dado por votar y otorgar el premio gordo a un negrito que habla nuestra lengua (su lengua) mejor que cualquiera de nosotros (filólogos y blanquitos, sobre todo, incluidos). Y encima hace sentir cosas a la gente con sus palabras… A otros, por mucho menos, los metieron en la cárcel. A este le han regalado un seiscientos (como en nuestros peores tiempos) y, además, le han publicado un libro, que pienso comprar y compartir con mis futuros alumnos. César Brandon formaría parte de los libros de texto del futuro, si a estos no los hubieran condenado al ostracismo ciertas teorías antieducativas en boga.


Y para muestra, un botón. De los que te abrocha el alma y el sentido. Una niña que dice verdades como templos y rima como si fuera tataranieta de Rubén Darío e hija del mejor versiculador en español al que había oído (y visto en directo, of course), que por supuesto es Kase O. Se hace llamar Anier y, por edad, debería ser mi Matrícula de honor como profe de lite castellana para este año. Aunque creo que, a diferencia de multitudes de analfabetos indocumentados, no tiene ni el título de Bachillerato. Ni falta que le hace.
Hace siglos que todos daban por muerta a la Poesía. Y, sin embargo, sigue viva. Porque está por encima de nosotros. Y porque, si lo pensamos bien, es una de las cosas que nos van bien para vivir, porque nos ayuda a entender esta jodida vida, tan deliciosa por otra parte.

PAP

miércoles, 21 de febrero de 2018

Sin ellas, no


Me gustan las mujeres. A muchas las he amado de verdad. A estas las sigo amando con devoción, en parte, supongo, por lo egoísta que soy, ya que todas ellas me amaron, y algunas, a menudo inexplicablemente, aún me aman. Entre ellas, mis abuelas (también mi abuela Phe), mis hermanas (también Kathy) y mi madre (y mi queridísima ‘madre americana’ y las que actuaron en alguna ocasión como tales: algunas madres de amigos y suegras). Y mis tías, mis primas, mis amigas. Y ellas. Y entre ellas, Ella.
Por otro lado, admiro a todas las madres. No digo madres trabajadoras porque resulta redundante. Si hay alguien trabajador y amable (en todos sus sentidos) son ellas. Sin ellas (con alguna contribución, histórica y generalmente anecdótica de algún él) no seríamos quienes somos.
Nadie pega a nadie por amor, nadie insulta a nadie por amor, nadie menosprecia a nadie por amor.  Sigo sin ser capaz de entender cómo alguien puede llegar a pensar que tiene derecho a quitarle la vida a otro.
Cuando algunos hablan de ‘su mujer’, interpretan el determinante posesivo no con el sentido de relación, como cuando yo digo mi hermana o mi instituto, sino con el de propiedad, como cuando me refiero a mi coche. No es lamentable: es alarmante e inhumano.
El próximo ocho de marzo se ha convocado una huelga de mujeres. Ojalá no tuviera un seguimiento masivo, sino unánime. Algunos dicen que el mundo se pararía. Yo sospecho que podría comenzar a girar del revés. Y qué falta que nos hace.
No soy feminista. Con el tiempo voy esforzándome en ser… humano.

PAP


martes, 9 de enero de 2018

Volver al camino


La Font de la Figuera se encuentra entre Valencia, Alicante y Albacete. Durante décadas solo pasaba por ahí, durante el viaje desde Sabadell a Elche (o el triste viceversa). Era una suerte de cruce de caminos del que apenas conocía sus terribles curvas en plena cuesta y su agradable venta; perdón: bar restaurante. Uno de los mejores de la travesía. El número de camiones que allí se detenían son buena prueba de que no miento.
Pero el vino y la fortuna me han devuelto a ese entrañable pueblo. Hace algún tiempo que voy y vuelvo por la autovía de Alcoy…
Como pasa en el Quijote, a menudo lo mejor del camino resulta de las conversaciones con quienes tenemos la suerte de platicar durante el mismo. Antonio el Jabonero es un sabio de campo y libros que nos amenizó el viaje con sus bien traídas citas de Cervantes, de Machado, de Miguel Hernández o Rafael de León…
Y llegamos a los caldos. Las Bodegas Arráez nacieron en 1950. Con esta última crisis, estuvieron a punto de venirse a pique. Y fue entonces cuando un jovencísimo Toni Arráez volvió desde La Rioja para rescatarlas. Con una mezcla de acertados coupages y monovarietales de la zona, como los Bobal o Monastrell, ha apostado por un diseño audaz y provocador que va desde el líquido elemento (lo más importante) hasta la etiqueta y el nombre de cada vino: Mala Vida, Vividor, Bala perdida, Vivir sin dormir, Cava Sutra… Además, cada morapio tiene su historia… En resumen: vinos sorprendentes a precios asequibles.
La visita a la bodega puede ser poco reveladora para los entendidos en vino, pero me pareció interesante el desafío del juego de los aromas (acerté bien pocos), la explicación sobre la selección de tapones diversos y el encantador español de México de nuestra guía, que en ningún momento resultó cansona. Aunque durante la cata eché en falta más información sobre las características de los vinos (aromas, paladar, maridajes…) o sobre qué parte de la producción se elabora a partir de viñedos propios, o si tienen relación las distintas denominaciones de origen (Utiel-Requena, Valencia…) con las variedades de uva empleadas, aunque funcionó mejor la reserva por teléfono que vía e-mail, la verdad es que con la bella Amelia (que trabaja en la recepción-tienda) la visita puede acabar siendo casi inexcusable.
Porque como una cosa lleva a la otra, el vino nos llevó al pan y Amelia a la Segonera, la panadera más dicharachera de la comarca (en valenciano, el segoner es el que distribuye cereales para alimentar a las bestias). Su pan de quilo hecho por encargo y horneado (y volteado con finura de orfebre) en nuestras narices hizo las delicias de media familia mía durante un par de días. Tuve incluso el honor de estrechar la mano trabajadora de su padre el Segoner (tercera generación del apodo, toda la vida en el oficio) y nos regalaron unos exquisitos dulces por la (divertidísima) espera. Y junto a la panadería, la carnicería, con productos de la zona (algunos, como morcillas, chorizos y salchichas, elaborados por la casa). Y frente a ellos un bar de tapas buenas de verdad servidas con atención exquisita. Y todo a buen precio.
A veces, un lugar de paso es un destino. Con el nuevo tramo de autovía, La Font de la Figuera puede quedar ahora retirada del camino, como ocurrió antes con muchos otros pueblos, con muchas personas… Pero en la era del GPS, un lugar tan auténtico y con gente tan especial no debemos permitir que quede fuera de nuestro mapa.

PAP