Ir a Santa Pola este año volverá a ser demasiado distinto.
A principios de los noventa primaba el bacalao. Los que resistimos
a esa marea descubrimos un pequeño santuario de sueños guitarreros en una discoteca
de Santa Pola, llamada Camelot. Esta última nochevieja, tras veinticinco años
apostando por la música independiente (en ciertas fases a la vanguardia), cerró
sus puertas para siempre. Volver a Santa Pola, por tanto, nunca será igual.
Aunque ya hacía muchos años que no prestaba servicios en el
mítico reino, me sentí en la obligación de despedirme de él. Tengo entendido
que su espacio lo ocupará un centro comercial. De hecho, estoy pensando que
ahora siempre accederé y saldré por la entrada suicida del hotel Rocas Blancas,
atravesando la carretera nacional. Será más peligroso. Pero menos triste.
En Camelot surgieron amigos, surgieron amores. Algunos
todavía duran… En ese reino independiente se juntaba gran parte de las personas
distintas de la comarca. Varias generaciones hemos defendido el castillo hasta el
amanecer.
Por su música, por el ambiente amistoso que siempre impuso
la clientela, porque estaba donde estaba, por las incontables sesiones en las que
bailé hasta la extenuación, Camelot se convirtió para mí en un lugar especial,
simbólico, de peregrinaje, e incluso de alguna forma en un pequeño rincón de
libertad.
Para todos aquellos que compartimos tantas noches de goce en
aquella discoteca, aquí va mi recuerdo y mi homenaje. ¡Salud!
PAP
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