Little
Richard fue el príncipe del rock and roll
(cuyo trono, dicho sea de paso, debería ocupar Chuck Berry). Pero le
tocó nacer en una época en que ser negro, rockero y homosexual era casi todo lo
peor que se podía ser para la puritana sociedad “bienpensante” que, desde la
génesis del país, está arraigada en los Estados Unidos.
No fue su
limitado éxito consecuencia del instrumento que tocaba con precisión felina,
pues el genial, blanco y donjuanesco Jerry Lee Lewis sí obtuvo el beneplácito
del público aporreando un piano e imitando sus gorgoritos.
Se cuenta
que una de sus mejores creaciones, “Tutti Frutti” (un eufemismo para decir
homosexual), surgió en el descanso de una de sus actuaciones, cuando improvisó,
al ver pasar un trasero de su gusto: “Tutti Frutti / good booty!”.
Evidentemente, la canción no se grabó con ese mensaje, y mucho menos con la
alusión al lubricante que facilitaba la penetración anal a la que se referían
los versos siguientes.
Little
Richard murió en las mismas fechas que Mandela, con lo que incluso el adiós al predicador del rock volvió a quedar oculto.
El otro día,
ni siquiera yo recordaba su nombre en mitad de una conversación… Aunque, de no
ser por ese lapsus, me habría olvidado de buscar una de mis cuartillas
traspapeladas y publicar este recuerdo.
PAP
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