El hombre
blandengue lee libros, en lugar del As
o el ABC. El hombre blandengue lee,
sobre todo, poesía.
El hombre
blandengue llora. Llora en los conciertos (en algunos y en algún momento, no
todo el rato), llora con Big Fish y
con La vida es bella (cada vez),
llora cuando echa de menos a sus sobrinos, o a sus familiares fallecidos.
El hombre
blandengue no juega a fútbol, sino a cosas como el voleibol. (Podría haber sido
hasta bailarín, si se le hubiera dado tan bien como a sus hermanas).
El hombre
blandengue prefiere la cerveza a los cubatas. El cine mudo al sonoro. El sashimi al churrasco.
Al hombre
blandengue le gustan más las personas que el dinero. Le gustan los coches y la
velocidad, pero no corre. Y le gustan sus plantitas. El hombre blandengue ve en la tele lo que nadie más ha visto al día siguiente.
El hombre
blandengue se fija en una flor mientras el resto anda inmerso en la pantalla de
un giliphone. Pero el hombre
blandengue no se atreve ni a oler una dalia, aunque la tenga metida en cada pensamiento: porque el hombre blandengue sueña poco y despierto, pero no osa
soñar ni cuando logra dormir.
El hombre
blandengue es una especie, por suerte, en extinción. Una clase de macho omega
de la manada. El hombre blandengue se caga en ‘La manada’.
El hombre
blandengue escribe cuando detesta leerse a sí mismo. El hombre blandengue
apenas se mira al espejo: prefiere verse en el espejo de los demás.
El hombre
blandengue suele echarlo todo a perder, cuando lo tiene todo ganado.
PAP