Cuando un
conjunto de africanos viene a tocar a Barcelona, la magia está asegurada.
Conocí a Youssou N’Dour el día que cumplí 14 años, en el mítico concierto de
Amnistía Internacional al que me llevaron mis tías guays. Con Radio 3 (y con
Peter Gabriel y su sello Real World, y con Mr. G), llegó una lista
interminable: de Salif Keita a Oumou Sangare, de Lokua Kanza a Mulatu Astatke,
del afrobeat de Fela Kuti al de su
hijo Femi, del raï de Khaled o Cheb
Mami a la voz profunda de Cheika Remitti (y al recuerdo siempre de Hasni), de
Richard Bona a Richard Bona. Pero llegué tarde a Papa Wemba, ya en este siglo, yo
diría que cuando supe que iba a verlo en el festival de SOS Racisme que se
celebraba en el Moll de la fusta.
Murió este
domingo sobre un escenario, el lugar donde brillan las verdaderas estrellas de
la música. Grabó más de cuarenta discos a lo largo de unos cincuenta años de
carrera. Dicen que hacía rumba congoleña. Y no dicen mucho más (o no dicen
nada). Yo solo sé que creaba música de esa que a uno le (con)mueve y que su voz
aterciopelada me hizo levitar desde el primer instante en que la escuché en
directo (me levanté del césped de un salto, con la carne de gallina: tengo
testiga. Sus músicos ayudaron…)
Creo
recordar que hace como una década cometió un horrible crimen por el que fue
arrestado en París: parece ser que había ayudado a muchos congoleños a llegar a Europa.
Algún día será premiado por ello, aunque tarde. Mientras por aquí andamos obsesionados
con los diamantes o el coltán, o el dinero (expoliado por dictadores) que
guardamos aquí, y propiciamos, con las armas que fabricamos, con nuestras
acciones políticas exteriores, que se maten tanto cuanto puedan, olvidamos que nos está llegando lo mejor de cada tribu, de cada población o comunidad
africana, que debería aportar a esta vieja y gris (blanca) Europa un
ingrediente imprescindible en la necesaria regeneración cultural, laboral,
social e incluso genética que nos hace falta.
(Por suerte,
la música no tiene fronteras: las fronteras solo existen en el cerebro humano).
PAP