Parece que
estamos en guerra. Es una guerra en la que el enemigo no tiene cara, ni tiene
nombre, ni cerebro, ni humanidad. Soy ateo y, como esta no es una guerra de
religión, me han involucrado. Tampoco es una guerra política pero ataca a la
libertad. Así que, aunque soy
pacifista, estoy en guerra: contra la ignorancia, contra la violencia y contra
las ideas (o la falta de ellas) que nos intentan imponer.
El pasado
viernes por la noche, después de cenar, me senté frente al ordenador para
decidir si iría a ver a los Editors, esta noche en Razzmatazz, o a los Eagles
of Death Metal (a su guitarrista ya lo había visto con Queens of the Stone Age),
en unos días, en la sala Apolo. Tras darle muchas vueltas, parapetado bajo mi manta, me quedé a un
click de ambos. Cuando el sábado me
desperté y puse las noticias, se me heló la sangre.
Para que
volviera a fluir, tuve que ponerme a Cheb Hasni. Y me descargué algo de EoDM. Y
seguiré despreciando a los asesinos frente a mis alumnos, como he hecho hoy (nunca les hablo de
política). Y seguiré disfrutando de todos los conciertos que quiera y seguiré
saliendo a cenar cuando pueda y seguiré cogiendo trenes y aviones y asistiendo
a manifestaciones. Y hasta me han entrado ganas de leer a Salman Rushdie.
Así que estos
desalmados tienen la batalla perdida. Los terroristas solo han hecho una cosa
bien: morirse. Y, si su Dios existe, estoy convencido de que les dará merecidas
prendas por toda la eternidad. Y si no, yo bailaré sobre las tumbas de esos
cobardes mientras viva.
PAP