No me gustan
las fiestas locales. Existen, no obstante, un par de excepciones: la Mercè de Barcelona (por el BAM) y las
fiestas de Elche. Lo que hace especiales a estas últimas son el Misteri d’Elx y la Nit de l’albà (la Alborada)
El Misteri es una representación dramática
cantada, que se lleva a cabo en la Basílica de Santa María y donde se relata la
ascensión de la Virgen. Su origen se remonta a la Edad Media, aunque la
Consueta (el guion) se fijó a partir del Renacimiento. La maquinaria del
Barroco introdujo los ‘efectos especiales’ de la ascensión, conocidos como el Araceli y la Magrana. El pueblo de Elche ha sido el responsable de conservar
viva esta tradición. Durante treinta años, el tío Tomás fue el Àngel Major (que siempre debe ser
representado por un sacerdote).
El tío Tomás
fue una de las personas más alegres y con mejor sentido del humor con las que
tuve la suerte de crecer. Su jocosidad constante, que repartió a discreción
entre familiares y parroquianos, contrasta con el hecho de que decidiera
abandonarnos demasiado pronto. La primera vez que salió mi nombre en la portada
de un libro, le dediqué mi trabajo a él, con una cita del Misteri.
“Seureu en cadira real
en lo regne celestial”
Hacia el
cielo se dirigen, cada 13 de agosto, ruidos y luces. Esa noche, la población
entera sube a los terrados y quema varios cientos de miles de euros en fuegos
artificiales. Es la Alborada: un despilfarro de color y sonido que se extingue
en un suspiro. Me parece una buena metáfora de la vida: brillante, vertiginosa,
imparable… Una explosión que se mantiene encendida apenas unos instantes. Una
luz fugaz, un destello mágico, casi inexplicable.
Elevarse, reír, jugar con
fuego es lo mejor que se puede hacer mientras andamos por aquí.
PAP
