Las primeras
veces que acudí al Carabassí era una playa virgen, de acceso un tanto
complicado. Me llevaban mis tías, que aprovechaban para ponerse en topless (eran finales de los ’70). Ellas
eran mi gancho; a menudo las acompañaban sus amigas. Yo era la excusa para
acercarse a ellas… “¡Qué niño tan guapo! ¡Cómo habla!” Como guarnición, recibía
mimos y carantoñas y de paso alimentaba la vista con los pechos de mis tías y con
los de otras tías, supongo, de otros.
Una década
después el nudismo estaba bastante más normalizado; una de esas ventajas de las
que hemos disfrutado los hijos de la generación hippie. Comencé a ir con mi tío/hermano mayor. Palas, frisbee, petanca y baños. Desde hace
unos años, es mi refugio matutino contra los mosquitos y ciertas tensiones
familiares.
Como en
otros lugares, a veces se cruzan las miradas. Me encanta pasar desapercibido,
pero lo cierto es que atraer algunas miradas le sube a uno la moral. A pesar de
que no siempre atraiga la mirada de la diosa de la playa. Aunque ni siquiera
sea diosa. Incluso cuando no es una la. Puede provocar cierta hinchazón del
ego, pero resulta muy sano, cuando se administra en pequeñas dosis.
Y hablando
de miradas, la mía acaba de deslizarse por la última página de la autobiografía
de Howard Marks, Mr. Nice. Arranca de
manera trepidante y humorística y te introduce en una amalgama de viajes,
relatos policíacos, aventuras y negocios. También es un libro de amor. De amor
por la familia, los amigos, por la libertad y las libertades. Su final es
tierno y emotivo. No digo más. Me atengo a mi derecho a guardar silencio y no
declarar nada que pueda ser utilizado en mi contra. Deseo a ‘Marco Polo’
muchísima suerte en su nueva lucha, ahora contra esa enfermedad asesina.
Agallas no le faltarán. Y extiendo mi abrazo a mi amiga filósofa, que hace poco
se unió a esa misma batalla. Besos bailongos.
