Hay personas
que se dedican a hacer cosas para lucirse y (o) lucrarse. Otros trabajan desde
dentro y hacia dentro.
La primera
vez que leí a Ignacio Aldecoa, lo imaginé frente a un papel y rodeado de
diccionarios, buscando (y lo que es peor, usando) una colección de voquibles que le aseguraran un sillón en
la Academia. Así que si alguna vez no sabéis qué leer, coged un Delibes.
Es en lo
cotidiano, en la intrahistoria, donde hallamos las claves para entender ese
país que, como muchos (¿como todos?), se debate entre pasado y futuro. Lo
vemos, por ejemplo, entre Menchu y Mario (Cinco
horas con Mario), entre Cipriano Salcedo y la Inquisición (El hereje) o entre papá y mamá en El príncipe destronado. En mi vida
he conocido a más de una Menchu. La
novela Las ratas surgió de sus largos
paseos por el campo, por el trato y la conversación que siempre fue capaz de
mantener con personas de toda índole.
En El príncipe destronado vemos también el
choque entre lo que los adultos consideramos importante y lo verdaderamente
esencial que se desprende de nuestros actos y que, a veces, solo los niños son
capaces de captar. Es una novela que te hace sonreír, a veces sin son. Recorre,
hora a hora, un día de la vida de Quico, desde el despertar hasta el sueño, como
recomendaría Aritóteles. A partir de los tres años, un niño comienza ya a
entender la vida como un juego de mentiras, miedos y realidades: el mundo de
los adultos, que se construye en un complejo entramado de experiencias, una
amalgama de datos y palabras.
Como buen
cazador, Delibes se hizo amante de la naturaleza. Era un gran observador y una
persona sensible, así que su labor en el periodismo fue demasiado honesta y
audaz para la dictadura; lo despidieron y se dijo que había abandonado por
“motivos personales”.
Sorprende
que no le censuraran sus novelas al completo, porque el mensaje implícito en
todas sus obras siempre ha sido radicalmente contrario a la moral y el
pensamiento reinante. Delibes no dogmatizaba, no es maniqueo. Trata con igual
humanidad al perverso y al dócil. Pero su novelística rezuma una ética y unos
valores, creo, universales, tanto en la defensa de la igualdad entre sexos como
entre los individuos y de su dignidad. La ecología (mucho antes de la llegada
de los hippies), la libertad de
expresión y pensamiento, la compasión por el vencido y, casi siempre, derrotado
recorren sus páginas. Como Cervantes, transmite una manera de ser. La de ser
humano.
Entre el
espejo y la lámpara, Delibes está entre los que buscaron el reflejo del mundo
que les tocó vivir. Pero el suyo no es un cristal aséptico y frío: es un espejo
inteligente, con corazón. Con el corazón de un hombre bueno.
PAP
