A pesar de
que la expresión ‘estar sin un duro’ debería haber caducado hace mas de diez
años, mis alumnos mas jóvenes la entienden perfectamente, y quizás sea así
siempre, pues aún se usa (y con demasiada frecuencia) lo de ‘estar sin blanca’,
que era una moneda de la época del Lazarillo
de Tormes.
No se sabe
con certeza, pero se dice que la palabra peseta
proviene del catalán peceta
(‘piececita’), y aparece registrada ya en el diccionario de Autoridades (siglo
XVIII). Se difundió sobre todo durante la Guerra de la Independencia aunque,
hasta la Gloriosa, compartió compraventas con una veintena de monedas mas. A
diferencia de otras monedas, apareció de hecho como billete, pues tenía un alto
valor.
Durante la
Segunda República comenzó a acumular heterónimos. Se la denominó rubia, pues sustituyó
el busto del monarca de turno por la joven que simbolizaba a la República, en
una moneda dorada. Las monedas de céntimos de peseta aparecieron con la figura
de un león, y el humor español enseguida las llamó perras (chicas o gordas,
según fueran de 5 o 10 céntimos).
Para hacer
números importantes, la gente hablaba en duros. Un piso valía no sé cuántos mil
duros; cuando yo era pequeño, había chicles malos, los de a pela, y buenos, que costaban un duro. A
los duros se les denominaba pavos,
pues parece que ese era el precio de un pavo en los años ’30 del siglo pasado.
Y de ahí que, con bastante propiedad, en las traducciones de las películas
norteamericanas, a los dólares se los denomine pavos de manera coloquial; ellos los llaman bucks, ‘ciervos’, pues en la época de la conquista del oeste una
piel de ciervo valía un dólar.
Ya en los
ochenta y los noventa, había que contar en talegos
(mil pesetas), sobre todo en ciertos ambientes, y en kilos (millones de pesetas), en ciertos otros.
El euro es tan
joven que resulta tremendamente aburrido. Se les comienza a llamar pavos, pero solo
porque mola hablar como en las pelis.
PAP