miércoles, 10 de octubre de 2012

El logro (de perder)


No eran guapos, no eran modernos, no eran polémicos. No arrasaron en las listas de éxitos. Su nombre no era borroso, ni hacía referencia a lugares paradisíacos, y ni siquiera llevaba apellido. Una de las bandas de más talento de los años ’90 se llamaba James.
Sus músicos se conocieron tocando en jam sessions. A Tim Booth, que acabaría siendo su compositor y vocalista, lo encontraron en una fiesta en la que este se había colado.
Su andadura comenzó hace como 30 años y abarca 11 álbumes de estudio (el último publicado en dos fases, The Morning After / The Night Before). En julio de 2012, con la que está cayendo, ahora que ya casi nadie se compra discos (ni compactos, ni vinilos; ni siquiera frisbees), se han desmarcado, ¡atención!, con un CD triple aderezado por un DVD en directo y un maxi-single de cuatro cortes. En uno de estos CD’s, The Gathering Sound recoge rarezas de su dilatada carrera no publicadas hasta ahora; otro incluye grabaciones en directo desde 1982 hasta 2008; en el tercero condensa en uno ese último álbum bífido, antes citado.
¿Cuál es el camino de los que no se plantean llegar a un lugar concreto, sino que se dejan llevar por el ritmo del tiempo, las necesidades propias y los acontecimientos? Seguramente, uno parecido al que ha seguido esta banda de Manchester. ¿Y adónde lleva?
¿Acaso importa? Lo único relevante es que continúan inagotables, sordos al aburrido son del cómitre de turno, eternos como un epitafio, cantando en mi conciencia Getting Away With It (All Messed Up), esos cuatro acordes interminables que, mientras crecen, reflejan a buena parte de mi generación y de esta agitada época que nos ha tocado vivir.

PAP


lunes, 1 de octubre de 2012

Pedalea


Mangarle a un hombre una bicicleta es como quitarle el caballo a un cowboy, en medio del desierto de Mojave. O eso me parece a mí. Y es que hace seis meses me chorizaron una bicicleta.
Una de mis primeras posesiones que recuerdo es el triciclo sobre el que me deslizaba a toda velocidad por casa.  Pocos placeres han superado a este.
Aprendí a ir en bicicleta con una BH roja, en la plaza de las casas del García. Aquella primera sensación de velocidad en el estómago, el primer impulso hacia el vacío sin las ruedecitas de apoyo, no se puede olvidar. Supongo que desde ese día odio a mi padre, que me impulsaba y aleccionaba desde atrás, primero sujetándome, enseguida dejándome ir. ¡Pedalea, pedalea! ­—oía, cada vez más lejos... justo antes de las primeras caídas. Tampoco podré pagarle esa enseñanza esencial.
No sé si fue ET quien tuvo la culpa, pero a mediados de los ochenta los reyes magos me trajeron una BMX de BH, la California X2, azul, con los neumáticos amarillos. Tras quitarle el papel que la envolvía (quizás el único papel de regalo que mi abuelo no pudo reciclar para futuros reyes magos), mi estupefacción y mi incredulidad debieron ser de foto… A pesar de que era el único de la familia que había pedido esa bicicleta (antes solo se pedía una cosa), no acababa de creerme que aquella preciosidad fuera para mí.
También conservo mi primera bicicleta de persona, una bici de carretera, con el cuadro a cuadros, rojo y blanco, y la horquilla de aluminio. Ya no se puede circular por carretera, hay demasiado tráfico. Ahora anda cogiendo polvo en un trastero, esperando a que la cure de un pequeño accidente fraternal.
En Santa Pola me compré hace dos veranos una bicicleta de montaña de segunda mano. Una Orbea blanca, con doble suspensión. Me llevaba a por el periódico, a tomarme mi café granizado y tostada matutinos, y a donde yo quería (casi siempre el paseo junto al mar) y mis piernas me permitían… Como decía, ha sido secuestrada…
Ante esta encrucijada, sólo podía dar un salto adelante. Así que acabo de agenciarme una Nirve cruiser usadounidense, es decir, norteamericana, de segunda mano. Casi estoy deseando que la casualidad me lleve frente al cuatrero que me robó, para que vea cómo cabalgamos la gente con estilo.

PAP