Un Estado no es democrático ni social
porque lo ponga en un artículo encabezando su Constitución. Solo lo
es si garantiza a sus ciudadanos servicios públicos de calidad.
Los responsables de la mutilación de
nuestro país (que era nuestro, de todos, no solo suyo) son aquellos
que abanderaron los recortes, hace ya una década, en todas las
administraciones. Los que empujaron a nuestros investigadores y
científicos a buscarse la vida en el extranjero.
Algunos intentamos desde el primer
momento plantarnos, luchar contra ese descalabro. Entre estos,
algunos funcionarios (no todos, ni siquiera la mayoría) hicimos
huelgas y manifestaciones para reclamar que no se atentara contra el
Estado social, para defender un país verdaderamente democrático que
siguiera ofreciendo igualdad de oportunidades. ¿Dónde estaban
entonces los palmeros, los castigadores de cacerolas? Confinados en sus madrigueras y calladitos,
cual ratas antropomorfas. Incluso se nos intentaba denigrar por el
hecho de manifestarnos, nosotros, los que cometíamos el delito de
tener el “trabajo asegurado”. Pero ¿qué trabajo? ¿En qué
condiciones? ¿Para ofrecer qué clase de servicio a nuestra
sociedad, así, cercenados? ¿Cuántos interinos se quedaron entonces
en la cuneta y a quién le ha tocado, durante todo este tiempo, hacer
la imprescindible labor que desempeñaban?
Entonces llegaron las cortinas de humo
para ocultar desfalcos, comisiones y choriceos varios... Unos se
apresuraron a engordar las cuentas de los pobrecitos banquitos, otros
a sacar sus banderuelas (y les siguieron las masas, como en Hamelin),
y todos ellos se dedicaron a tergiversar los hechos, a manipular y
engañar a la opinión pública. Birlibirloque de trileros.
Y nos dejaron este erial como legado.
Si la tierra se maltrata, no produce frutos. Y de aquellos polvos...
Tanto las tropas napoleónicas como la
Wehrmacht se encallaron en su día en el lodo...
Nosotros, ahora, no sé cuándo
podremos volver a circular. Pero, cuando al fin lo logremos, no
olvidaremos. No os perdonaremos, por mucho que os lavéis las manos.
Yo, desde mi casa, que es mi
conciencia, os acuso.
PAP