Estamos enfermos.
Un virus recorre Europa, recorre el mundo. No distingue clases, ni edades, razas ni religiones. Es un virus transversal, que se transmite con suma facilidad.
Tiene como víctima a una población muy insensible, muy ignorante o muy poco leída (o con escasa comprensión lectora). O todo junto. Suele disfrazarse con banderas, bajo idiomas que se adquieren con dudosa competencia, con memoria histórica de pez y con las inquietudes intelectuales de una ameba.
Y no voy a criticar ahora a los gobiernos conservadores, a sus recortes en servicios públicos, ni a las sociedades que los votaron, que los votan, aunque tiendan a destruir todo lo bueno que los buenos consiguieron a través de muchas luchas. Aunque sí: pues ellos conservan, en amargo almíbar, el pensamiento retrógrado, falaz, clasista y egoísta que ha marcado, que sigue marcando, la historia de Europa del último siglo.
Hubo un enano con bigote que murió hace mucho. Pero sus descerebrados descendientes, su peñita, siguen más vivos que nunca. Ojalá podamos exterminarlos, con paciencia y buenas letras, con el tiempo.
Ojalá llegue ese tiempo a esta Europa, a este mundo, insolidarios. Aunque yo no llegue a verlo.
PAP