Me gustan las mujeres. A muchas las he amado de verdad. A estas las
sigo amando con devoción, en parte, supongo, por lo egoísta que soy, ya que
todas ellas me amaron, y algunas, a menudo inexplicablemente, aún me aman. Entre
ellas, mis abuelas (también mi abuela Phe), mis hermanas (también Kathy) y mi
madre (y mi queridísima ‘madre americana’ y las que actuaron en alguna ocasión
como tales: algunas madres de amigos y suegras). Y mis tías, mis primas, mis
amigas. Y ellas. Y entre ellas, Ella.
Por otro lado, admiro a todas las madres. No digo madres trabajadoras
porque resulta redundante. Si hay alguien trabajador y amable (en todos sus
sentidos) son ellas. Sin ellas (con alguna contribución, histórica y
generalmente anecdótica de algún él) no seríamos quienes somos.
Nadie pega a nadie por amor, nadie insulta a nadie por amor, nadie
menosprecia a nadie por amor. Sigo
sin ser capaz de entender cómo alguien puede llegar a pensar que tiene derecho
a quitarle la vida a otro.
Cuando algunos hablan de ‘su mujer’, interpretan el determinante
posesivo no con el sentido de relación, como cuando yo digo mi hermana o mi
instituto, sino con el de propiedad, como cuando me refiero a mi coche. No es
lamentable: es alarmante e inhumano.
El próximo ocho de marzo se ha convocado una huelga de mujeres. Ojalá
no tuviera un seguimiento masivo, sino unánime. Algunos dicen que el mundo se
pararía. Yo sospecho que podría comenzar a girar del revés. Y qué falta que nos
hace.
No soy feminista. Con el
tiempo voy esforzándome en ser… humano.
PAP