La
Font de la Figuera se encuentra entre Valencia, Alicante y Albacete.
Durante décadas solo pasaba por ahí, durante el viaje desde Sabadell a Elche (o el
triste viceversa). Era una suerte de cruce de caminos del que apenas conocía
sus terribles curvas en plena cuesta y su agradable venta; perdón: bar
restaurante. Uno de los mejores de la travesía. El número de camiones que allí
se detenían son buena prueba de que no miento.
Pero el vino
y la fortuna me han devuelto a ese entrañable pueblo. Hace algún tiempo que voy
y vuelvo por la autovía de Alcoy…
Como pasa en
el Quijote, a menudo lo mejor del
camino resulta de las conversaciones con quienes tenemos la suerte de platicar durante el mismo. Antonio el Jabonero es un sabio de campo y libros que nos amenizó
el viaje con sus bien traídas citas de Cervantes, de Machado, de Miguel
Hernández o Rafael de León…
Y llegamos a
los caldos. Las Bodegas Arráez
nacieron en 1950. Con esta última crisis, estuvieron a punto de venirse a
pique. Y fue entonces cuando un jovencísimo Toni Arráez volvió desde La Rioja
para rescatarlas. Con una mezcla de acertados coupages y monovarietales de la zona, como los Bobal o Monastrell,
ha apostado por un diseño audaz y provocador que va desde el líquido elemento (lo
más importante) hasta la etiqueta y el nombre de cada vino: Mala Vida, Vividor,
Bala perdida, Vivir sin dormir, Cava Sutra… Además, cada morapio tiene su
historia… En resumen: vinos sorprendentes a precios asequibles.
La visita a
la bodega puede ser poco reveladora para los entendidos en vino, pero me
pareció interesante el desafío del juego de los aromas (acerté bien pocos), la
explicación sobre la selección de tapones diversos y el encantador español de
México de nuestra guía, que en ningún momento resultó cansona. Aunque durante la cata eché en falta más información sobre
las características de los vinos (aromas, paladar, maridajes…) o sobre qué
parte de la producción se elabora a partir de viñedos propios, o si tienen
relación las distintas denominaciones de origen (Utiel-Requena, Valencia…) con
las variedades de uva empleadas, aunque funcionó mejor la reserva por teléfono
que vía e-mail, la verdad es que con la bella Amelia (que trabaja en la
recepción-tienda) la visita puede acabar siendo casi inexcusable.
Porque como
una cosa lleva a la otra, el vino nos llevó al pan y Amelia a la Segonera, la
panadera más dicharachera de la comarca (en valenciano, el segoner es el que distribuye cereales para alimentar a las
bestias). Su pan de quilo hecho por encargo y horneado (y volteado con finura
de orfebre) en nuestras narices hizo las delicias de media familia mía durante
un par de días. Tuve incluso el honor de estrechar la mano trabajadora de su
padre el Segoner (tercera generación del apodo, toda la vida en el oficio) y
nos regalaron unos exquisitos dulces por la (divertidísima) espera. Y junto a
la panadería, la carnicería, con productos de la zona (algunos, como morcillas,
chorizos y salchichas, elaborados por la casa). Y frente a ellos un bar de
tapas buenas de verdad servidas con atención exquisita. Y todo a buen precio.
A veces, un
lugar de paso es un destino. Con el nuevo tramo de autovía, La Font de la Figuera puede quedar ahora
retirada del camino, como ocurrió antes con muchos otros pueblos, con muchas personas… Pero en la era del GPS, un lugar tan auténtico y con gente tan
especial no debemos permitir que quede fuera de nuestro mapa.
PAP
