Casi estaba dispuesto a abandonar mi ateísmo y confesaros
que Dios es negra. A Macy Gray la empecé a escuchar cuando tenía pelo, un
equipo de voley y muchas cosas más de las que no dejo de acordarme. El otro día
la vi, por fin, en directo. No se puede ofrecer un espectáculo más gris. Por el
tiempo invertido, las cervezas y la cena fuera de casa y la gasolina (a las que
me invitaron), más el precio de la entrada, no se puede hacer una peor
inversión. Una auténtica decepción de apenas hora y cuarto (incluidos dos
descansitos, porque la chavala debía de estar agotada, aunque los paganinis que estábamos allí plantados
no sabíamos de qué). Para algunas cosas siempre hay una primera vez que resulta
ser la última. Y no gasto más letras.
Pero, tras la tormenta, siempre sale el sol (al menos en el
Mediterráneo). Goran Bregovic es un compositor, intérprete y director de coros
y orquestas (todo al mismo tiempo) a quien conocí gracias al cine, con El tiempo de los gitanos y Underground, dos películas del genial
director (y también músico) Emir Kusturica que marcaron mi primera juventud.
Pocos días después del encontronazo con la señorita Gris, tuve la suerte de
reencontrarme con Goran, esta vez en el Palau de la Música, en un concierto –de
casi tres horas- que moderó a su gusto, alternando momentos de poesía sonora,
casi mística a veces, con ritmos vertiginosos que pusieron a todo el Palau en
pie (y en el aire, al compás) en múltiples ocasiones. Con exquisita delicadeza
o con nervio de ametralladora conjuga lo tradicional con lo moderno y, mientras
ameniza bodas y funerales, celebra siempre la vida. Él, junto a las dulces
voces femeninas angelicales, la precisa percusión, el coro masculino, los vientos metálicos y el
conjunto de cuerdas que lo acompañan le devolvieron el sentido a mi nocturnidad
musical.
PAP