sábado, 15 de abril de 2017

Una de cal y una de arena


Casi estaba dispuesto a abandonar mi ateísmo y confesaros que Dios es negra. A Macy Gray la empecé a escuchar cuando tenía pelo, un equipo de voley y muchas cosas más de las que no dejo de acordarme. El otro día la vi, por fin, en directo. No se puede ofrecer un espectáculo más gris. Por el tiempo invertido, las cervezas y la cena fuera de casa y la gasolina (a las que me invitaron), más el precio de la entrada, no se puede hacer una peor inversión. Una auténtica decepción de apenas hora y cuarto (incluidos dos descansitos, porque la chavala debía de estar agotada, aunque los paganinis que estábamos allí plantados no sabíamos de qué). Para algunas cosas siempre hay una primera vez que resulta ser la última. Y no gasto más letras.
Pero, tras la tormenta, siempre sale el sol (al menos en el Mediterráneo). Goran Bregovic es un compositor, intérprete y director de coros y orquestas (todo al mismo tiempo) a quien conocí gracias al cine, con El tiempo de los gitanos y Underground, dos películas del genial director (y también músico) Emir Kusturica que marcaron mi primera juventud. Pocos días después del encontronazo con la señorita Gris, tuve la suerte de reencontrarme con Goran, esta vez en el Palau de la Música, en un concierto –de casi tres horas- que moderó a su gusto, alternando momentos de poesía sonora, casi mística a veces, con ritmos vertiginosos que pusieron a todo el Palau en pie (y en el aire, al compás) en múltiples ocasiones. Con exquisita delicadeza o con nervio de ametralladora conjuga lo tradicional con lo moderno y, mientras ameniza bodas y funerales, celebra siempre la vida. Él, junto a las dulces voces femeninas angelicales, la precisa percusión, el coro masculino, los vientos metálicos y el conjunto de cuerdas que lo acompañan le devolvieron el sentido a mi nocturnidad musical.

PAP