domingo, 12 de febrero de 2017

Va de birra


Aún recuerdo la primera cerveza de mi vida. Rondaba los catorce años y fui con mi viejo amigo a un local llamado Western Saloon. Me puse mi reloj de indio, mi camisa a cuadros (tenía cremallera en lugar de botones) y mi cinturón con hebilla, y anduve un buen rato moldeándome un pequeño tupé: no tenía barba como para dejarme patillas. Y allá que entramos, dándonoslas de mayores, y allá que nos aproximamos hacia la barra, tan serios como estirados (yo un poco más de ambas cosas). Mi leal amigo, que ya tenía experiencia cervecil adquirida en un pueblo de la Franja de cuyo nombre no quiero acordarme, se dirigió al camarero con un aplomo ejemplar para mí, y le espetó: “¡Dos quintos!” El camarero le miró con cara de sorpresa, y con una sonrisa seguramente burlona le contestó que solo tenían ‘medianas’ (conocidas como ‘tercios’ en el resto de la Península: botellas de 33 cl.). Con cara algo compungida, me miró; yo asentí (haciéndome el chulo) y él (haciéndoselo más) dijo, dando un leve puñetazo en la barra: “¡Pues dos medianas!”. Recuerdo que aquella tarde le gané al billar americano (seguramente por los influjos etílicos, porque solía ganarme él) y que, de vuelta a casa, no conseguía caminar en línea recta en plena Rambla.
Mi tolerancia a la cerveza y mi paladar se han refinado notablemente desde entonces. Me encantan las cervezas españolas. Sin embargo, hoy saldremos de nuestras fronteras en este paseo cervecero.
La cerveza checa puede que sea la mejor cerveza del mundo. El lúpulo que utilizan es de una calidad casi legendaria. La reina es para mí la Pilsner Urquell (4.4 %, 1.25 €), la pilsen original que se sigue elaborando en la misma fábrica donde se fundó, hace casi doscientos años. Antes me gustaba más la afrutada Budejovicky Budvar (5.2 %, 1.35 €), de donde plagió el nombre, no la calidad, la norteamericana Budweiser.

 

Aunque las cervezas belgas más populares suelen ser muy dulzonas, a menudo de trigo (como las alemanas) o de malta, a mí me encanta la Stella Artois (5%, 1.15 €), una cerveza ligera, una lager clásica que entra como el agua y nunca carga el paladar.

La Red Stripe (4.7 %, 1.80 €) es una cerveza jamaicana que servían en un local mítico de Sabadell, La dimensió desconeguda. Ahora la consigo por Internet. Conocida por tener una botella diseñada para beber de la misma, cosa no recomendable con cualquier otro botellín, es algo dulce sin resultar empalagosa; sus notas de amargor y lúpulo son muy sutiles, y tiene uno de los retrogustos más especiales de las cervezas tipo lager. Cada trago se asocia con facilidad en mi memoria a las caras, las canciones de la Dimen, los graffitis de Werens, a un Sabadell y un yo y un nosotros de un pasado que, como este mismo instante, nunca podrá volver. Salvo en sorbos.
¡Salud!


PAP