Te están
esperando. Son pacientes, silenciosos, insistentes. Voraces hasta la muerte.
Dueños de las siestas, de las noches y el ocaso.
Criaturas
infernales, oscuros vampiros, siniestros zancudos de vuelo aleatorio, pero con
un claro destino: tú.
Huelen a su
víctima a una distancia que puede llegar a varios kilómetros. No se encuentran
contigo… Te estaban buscando.
Es el olor
de la sangre, de tu sangre, que ellos han elegido y que chupan, sorbiendo a
ritmo lento, rutinariamente, con ciega devoción.
Eres un
gin-tonic provechoso, un gazpacho templado envasado en piel.
Serán
criaturas de Dios, te dices, y quizás solo eso justificaría tu ateísmo.
Y, al borde
de la desesperación, te preguntas si no será este el planeta de los mosquitos,
si la verdadera finalidad de tu vida no es, quizás, que ellos alimenten a su
prole de cínifes implacables, de dardos de tortura.