sábado, 22 de octubre de 2011

1991

El tiempo no comienza a correr hasta que los recuerdos, los mitos personales, alcanzan veinte años de antigüedad.
Escarbando un poco, y siguiendo la estela de Joseph Stiglitz, veríamos que la causa profunda de la actual crisis económica nació allá por los años ’80, en aquella funesta era de Reagan y Thatcher.
Frente a las consecuencias de esa época se gestó un combate cultural que partía de los suburbios. En la ciudad industrial de Seattle surgió un movimiento musical alternativo, con una visión distinta de la vida que marcaría el fin de siglo. Le colocaron la sucia etiqueta grunge, aunque a pesar de su aspecto desaliñado y de las costumbres psicotrópicas de algunos, eran muy limpios, tanto en su sonido como en sus ropas desvencijadas o sus cuidadas melenas.
Echando la vista atrás, guardo transparente el pasado de hace veinte años. La edad del punk me cogió casi a gatas. Pero en el ’91 yo volví de Boston con los Pixies a cuestas (en casetes de cromo), que junto a Sonic Youth, eran los adalides de la vanguardia heredera de la generación beat. (La sombra de Geffen era alargada...) Ese mismo año salió el álbum Ten de Pearl Jam.
En torno al sello independiente Sub Pop, habían nacido una serie de grupos como Soundgarden, Mudhoney o Sebadoh. Y Nirvana, que se estrenó en 1991 con su Nevermind, sin duda uno de los mejores discos del siglo XX.
Sus palabras, su actitud, su música, ascendieron desde el suburbio a la eternidad.



“I’m still alive” (PJ)

PAP

jueves, 6 de octubre de 2011

Raíces y vientos

Beirut evoca un conflicto eterno y aparentemente sin solución, un lugar no sé si de resistencia o de persistencia, un rincón del pasado que sueña con el futuro.
Zach Condon inició su aventura musical hace ya una década, primero en solitario, después al frente de su banda, Beirut. No los escucharás en tu emisora de radio, a no ser que seas de Radio3, y no los encontrarás en tu tienda de discos, en el caso de que aún la visites o de que no haya cerrado todavía. Quizás sea el grupo menos norteamericano de los Estados Unidos.
Componen sin prisas, y sin pausa, y publican al ritmo que marca únicamente su capacidad creativa. Lon Gisland fue el EP que sucedió en enero de 2007 al LP Gulag Orkestar, publicado unos meses antes.  En tan sólo nueve meses más aparecieron dos EP’s, Pompeii y Elephant Gun y otro largo, The Flying Club Cup. Y, después, una larga espera, tan solo interrumpida por el maxisingle March Of The Zapotec, que nos alimentó hasta el reciente The Rip Tide, publicado hace cosa de un mes en dos formatos distintos. El arte de la sencillez y de la honestidad a veces nos lleva a mensajes casi superrealistas, o construye una canción con lo que muchos pensarían que tan sólo es un estribillo.
La marca de la casa es una personalísima combinación de música pop con ecos folklóricos y vientos mediterráneos. Su música es fácil y frágil, orgánica y envolvente. Nos suena a algo que llevamos en la sangre. La batería o percusión dirige a los teclados en distinto formato, aireados por el saxo y la trompeta, (no sé dónde meter lo del acordeón), con una sección de cuerda compuesta por mandolina y/o ukelele, violín y violonchelo, y voces y coros... Apta para olvidar o recordar, esperar y desengañarse, para tomárselo todo en serio, todo a broma. Para viejos místicos, para niños melancólicos, para jóvenes tranquilos y maduros inquietos.


Left a bag of bones, a trail of stones
For to find my way home
Now, as the air grows cold, the trees unfold
And I am lost and not found

PAP