El tiempo no comienza a correr hasta que los recuerdos, los mitos personales, alcanzan veinte años de antigüedad.
Escarbando un poco, y siguiendo la estela de Joseph Stiglitz, veríamos que la causa profunda de la actual crisis económica nació allá por los años ’80, en aquella funesta era de Reagan y Thatcher.
Frente a las consecuencias de esa época se gestó un combate cultural que partía de los suburbios. En la ciudad industrial de Seattle surgió un movimiento musical alternativo, con una visión distinta de la vida que marcaría el fin de siglo. Le colocaron la sucia etiqueta grunge, aunque a pesar de su aspecto desaliñado y de las costumbres psicotrópicas de algunos, eran muy limpios, tanto en su sonido como en sus ropas desvencijadas o sus cuidadas melenas.
Echando la vista atrás, guardo transparente el pasado de hace veinte años. La edad del punk me cogió casi a gatas. Pero en el ’91 yo volví de Boston con los Pixies a cuestas (en casetes de cromo), que junto a Sonic Youth, eran los adalides de la vanguardia heredera de la generación beat. (La sombra de Geffen era alargada...) Ese mismo año salió el álbum Ten de Pearl Jam.
En torno al sello independiente Sub Pop, habían nacido una serie de grupos como Soundgarden, Mudhoney o Sebadoh. Y Nirvana, que se estrenó en 1991 con su Nevermind, sin duda uno de los mejores discos del siglo XX.
Sus palabras, su actitud, su música, ascendieron desde el suburbio a la eternidad.
“I’m still alive” (PJ)
PAP